El Doctor Ratón de Campo

En el Primer Día, los hombres atravesaron la corteza terrestre y emergieron de su oscura prisión en el Mundo Subterráneo, cruzaron el Shi-p'ah-pun, el gran Lago Negro de las Lágrimas, y llegaron a una de sus orillas. Luego de eso, los animales fueron creados, y después el Coyote fue enviado por los Verdaderos a llevar una bolsa de piel hacia el sur, la que no podía abrir hasta que llegara hasta en Pico de las Nubes Blancas. Durante muchos días corrió hacia el sur, con la bolsa a sus espaldas. Pero no había nada para comer, y tenía mucha hambre. Y el Coyote pensó:

“Tal vez haya algo para comer en la bolsa”.

Bajó la bolsa de su espalda, deshizo el nudo y miró hacia dentro. Pero allí no había nada más que las estrellas. Y al momento de abrirla, las estrellas volaron hacia el cielo, donde aún permanecen hoy.

Cuando los Verdaderos vieron que Tu-wháy-deh los había desobedecido, se enojaron y decidieron que su castigo sería vagar por siempre por todos lados, aullando por un dolor de muelas al que no hallaría aliciente.

Y Tu-wháy-deh anduvo con su dolor de muelas vagando por todo el mundo, gimiendo y llorando. Solo cuando los demás cuatro patas dormían, él podía sentarse a aullar. Porque él había hablado con los demás animales, y al no poderlo curar, se habían contagiado del dolor de muelas; por eso es que a veces lloran. Pero nadie sufre por ese dolor tanto como el Coyote, quien no haya descanso.

En ese tiempo no había hombres medicina en el mundo, ni hombres ni animales, y no existían las curas.

Sucedió que un día T’hu-chi-deh, el más pequeño de los Ratones, que vive en pequeños montículos entre los arbustos de chaparral, mientras hacía su recorrido subterráneo, se topó con una raíz de dulce aroma. T’hu-chi-deh era muy sabio, y tomó la raíz y la puso junto a las otras que llevaba en su bolso de piel debajo de su brazo izquierdo.

Unos días más tarde, Ki-u-í-deh, el Perro de las Praderas, fue hasta él con un fuerte dolor de muelas, y le dijo:
“Amigos Ratón de Campo, ¿puedes calmar mi dolor? He oído decir que eres muy sabio con las hierbas”.

“No lo sé”, le respondió T’hu-chi-deh. “Pero lo intentaré con una nueva raíz que he encontrado. Tal vez te cure”.

Mezcló esta raíz con otras, macerándolas, y la colocó sobre la mejilla de Ki-u-í-deh, y en poco tiempo, su dolor desapareció.

En ese tiempo ocurría que tantos animales sufrían de dolor de muelas que el León Montañés, Jefe de las Bestias, convocó a un consejo para discutir qué se podía hacer. Entonces toda clase de caminantes sobre la tierra se acercaron para la reunión, y él les preguntó si habían encontrado la cura. Pero nadie sabía de ninguna medicina. Entre ellos estaba el Coyote, aullando de dolor, pero el resto de los enfermos estaba reposando en sus casas.

Finalmente llegó el turno del Ratón de Campo, el más pequeño de todos los animales, quien no quería aparentar sabiduría antes que los más grandes hayan hablado. Cuando el León Montañés le dijo:

“Y tú, T’hu-chi-deh, ¿conoces alguna cura?”, él se levantó de su asiento y se adelantó y dijo modestamente:

“Si los demás me permiten, y con la ayuda de los Verdaderos, probaré algo que he encontrado recientemente”.

Luego sacó del bolso bajo su brazo izquierdo las raíces, una por una; finalmente, sacó la raíz de chi-ma-hár, y explicó el efecto que había tenido en Ki-u-í-deh. La maceró hasta hacerla polvo con una piedra, y la mezcló con grasa. Y untándola en hojas lisas, la colocó sobre la mandíbula del Coyote. Y en poco tiempo su dolor desapareció.

Al verlo, el León Montañés, el Oso, el Búfalo y otros jefes de los cuatro patas nombraron a T’hu-chi-deh Padre de la Medicina. Y dictaron una ley que sostenía que a partir de ese momento, el cuerpo del Ratón de Campo sería sagrado, de manera que ningún animal se atreve a matarlo o siquiera a tocarlo cuando está muerto. Y así continúa siendo hoy. Solo los pájaros y las serpientes, quienes no habían asistido al consejo de los cuatro patas no respetan a T’hu-chi-deh.

Así el Ratón de Campo se convirtió en el primer hombre medicina. Eligió a uno de cada tipo de cuatro patas para ser su asistente, y les enseñó el uso de las hierbas, de manera que cada uno pudiera utilizarlas con su propio pueblo: un Oso doctor para los Osos, un Lobo doctor para los Lobos, y así con todas las tribus animales.

De todos a los que les enseñó había uno que no era un Creyente de los Verdaderos: el Tejón. Pero de todas formas, lo escuchó e hizo como si le creyera. Con el tiempo, la enseñanza se completó y T’hu-chi-deh envió a todos sus asistentes doctores a sus pueblos para que realizaran la tarea de sanar. Pero siempre que alguno de ellos fuera llamado para curar a alguien, siempre pedían la ayuda del Padre, el Ratón de Campo, para que los acompañara y asistiera.

Pero Kahr-naí-deh, el Tejón no creía en las curaciones, y finalmente le dijo a su esposa:

“Ahora veré si ese viejo T’hu-chi-deh es un verdadero hombre medicina. Si me encuentra, entonces creeré en él”.

Y a partir de ese día durante cuatro días, el Tejón no probó alimentos, hasta estar a punto de morir. Y el quinto día dijo:

In-hli-u-wáy-i, esposa mía, ve en busca de T’hu-chi-deh para ver si puede curarme”.

Y la esposa del Tejón fue a la casa del Ratón de Campo, fingiendo estar muy triste. Y cuando fueron a su casa, el Tejón fingió estar muy enfermo y sufriendo un gran dolor. T’hu-chi-deh no le preguntó nada, pero sacó su pequeño bolso de raíces y lo colocó junto a él. Luego de frotar cenizas en sus manos, las colocó sobre el estómago y el pecho del Tejón, frotando y percibiendo. Cuando tocó el estómago del Tejón, comenzó a cantar:

Káhr-nah-hlu-hli wi-end-t'hú

Beh-hú hu-báhn,

Ah-náh káh-chah-him-aí

T'hu-chi-hlu-hli t'oh-ah-yin-áhb

Wi-end-t'hú beh-hú hu-báhn.

Anciano Tejón por cuatro días

No comió hasta casi morir

Para saber, saber con certeza

Si Anciano Ratón de Campo

Tiene el Poder de la Medicina

Por cuatro días, cuatro días

No comió hasta casi morir

Cuando terminó de cantar y de frotar, le dijo al Tejón:

“No hay necesidad de darte un remedio. Durante mi enseñanza te vi atento. Ahora sincérate. Has desperdiciado el tiempo en probar mi poder. Ahora levántate y come, para compensar tu error. Y no vuelvas a repetir un acto como este”.

Luego, tomó su bolso de raíces y se fue a su casa. El Tejón le dijo a su esposa:

“Esposa, ahora creo que el Anciano Ratón de Campo tiene el Poder. ¡No volveré a desconfiar de él!”

Luego su esposa le trajo comida y él comió, ya que se moría de hambre. Después de comer, todos los animales vinieron a verlo, porque sabían que había estado muy enfermo. Les contó todo lo que había sucedido, de cómo T’hu-chi-deh había descubierto su engaño. Luego de eso, todos los animales temieron del Ratón de Campo, y lo respetaron más que antes, ya que no había dudas de que él tenía el Poder.

El tiempo pasó. Un día los Hombres Antiguos salieron a hacer nah-kú-ah-shu, una cacería circular. Luego de hacer un gran círculo en el llano, mataron muchos conejos, y uno de ellos encontró a T’hu-chi-deh y lo hizo prisionero. Lo llevaron ante los jefes, quienes lo interrogaron.

“¿Cómo te ganas la vida?”, le preguntaron.

“Me gano la vida yendo a los animales enfermos y curándolos”, les contestó.

Y los Ancianos le dijeron:

“Si es así, enséñanos tu poder y te dejaremos libre. Si no, morirás”.

T’hu-chi-deh aceptó y lo llevaron al pueblo entre honores. Durante doce días y doce noches permaneció encerrado junto a los hombres en la estufa. Durante dos días ayunando y un día realizando la Danza de la Medicina, y luego ayunando y danzando nuevamente, como los hombres medicina hacen hoy.

La última noche, luego de enseñarle a los hombres todas las hierbas y sus usos y ya eran hábiles en su uso, liberaron a T’hu-chi-deh con un guardián infalible. Lo llevó hasta la puerta de su casa bajo el chaparral. Y así cumplieron con su palabra, dándole la libertad que tiene todo lo que crece en la tierra. Hasta el día de hoy, los Creyentes de los Verdaderos lo veneran, y ya no lo llaman “el más pequeño”. Cuando cantan canciones acerca de él en los lugares sagrados, y hacen un gran montículo representando su casa, y lo llaman kur-u-hli naht-hu, la Montaña del Chaparral. Y a él no llaman T’hu-chi-deh, el Ratón de Campo, sino Pi-íd-deh p'ah-hláh-kuir, el Ciervo-Junto-al-Río, para hacerle honor a su condición. Porque él fue el Padre de la Medicina y nos enseñó a curar a los enfermos.

El Coyote y el Pequeño Zorro Azul

Un día Tu-wháy-shur-wi-deh, el Pequeño Zorro Azul vagaba cerca de un pueblo y llegó a una era donde había muchos cuervos saltando por doquier. En ese momento, el Coyote, hambriento, pasaba cerca de allí. Aún a cierta distancia, se dijo:

“¡Ay, cómo me cruje el estómago! Me comeré a ese Pequeño Zorro Azul”, y al acercarse a él, le dijo: “Pequeño Zorro Azul, ya me has causado suficientes problemas. Por tu culpa los perros y los hombres me persiguen, y ahora por eso me las pagarás. ¡Te comeré ahora mismo!”

“No, amigo Coyote”, le contestó el Pequeño Zorro Azul, “¡no me comas! Estoy aquí cuidando estas gallinas; hay una boda en una casa de allí, que pertenece a mi amo. Estas gallinas son para la cena de la boda. Muy pronto vendrán por ellas y me invitarán a comer; y tú puedes venir conmigo”.

“Está bien, no te comeré”, le dijo el Coyote. “Pero te ayudaré a cuidar estas gallinas”, y se sentó junto a él.

Esto era un problema para el Pequeño Zorro Azul, que pensaba cómo escapar del Coyote. Finalmente se le ocurrió:

“Amigo Tu-wháy-deh, me resulta extraño que aún no hayan venido a buscar las gallinas. Tal vez se hayan olvidado. Creo que será mejor que vaya a la casa a ver que están haciendo los sirvientes”.

“Está bien”, le contestó el Coyote. “Ve y yo me quedo cuidando las gallinas”.

El Pequeño Zorro Azul salió para la casa, pero al pasar una pequeña colina, comenzó a correr a toda velocidad. Luego de un rato, al ver que no volvía, el Coyote pensó:

“Ya que se fue, me comeré una de las gallinas”.

Y arrastrándose hasta el era, dio un gran salto. Pero las gallinas eran en realidad cuervos y salieron volando. Comenzó a maldecir al Pequeño Zorro Azul por haberlo engañado, y comenzó a seguir su rastro, diciendo:

“Cuando lo atrape lo comeré”.

Luego de mucho caminar, alcanzó al Pequeño Zorro Azul, y muy enojado, le dijo:

“¡Te tengo! Ahora te comeré”.

Pero el Pequeño Zorro Azul fingió un gran entusiasmo y le dijo:

“¡No, amigo Coyote! ¿No oyes el tambor?”

El Coyote se puso a escuchar y oyó el tambor en el pueblo.

“Bueno”, dijo el Pequeño Zorro Azul, “estoy convocado para danzar, y muy pronto vendrán a buscarme para ir. ¿No quieres venir tú también?”

“Si es así, no te comeré. Pero iremos a danzar”.

Y el Coyote se sentó y comenzó a peinarse el pelo y a pintarse la cara. Pero luego de un tiempo, al ver que nadie venía, el Pequeño Zorro Azul exclamó:

“Amigo Coyote, me parece extraño que no hayan venido por mí. Será mejor que suba a aquella colina desde donde puedo echar un vistazo al pueblo. Tú espérame aquí”.

“No se atreverá a engañarme de nuevo”, pensó el Coyote, y le contestó: “Está bien, pero no olvides avisarme”.

El Pequeño Zorro Azul subió la colina, y no bien desapareció de la vista del Coyote, comenzó a correr por su vida.

El Coyote esperó durante un buen rato, y cuando se cansó, subió a la colina, pero allí no había nadie. Se enojó mucho y exclamó:

“¡Lo seguiré y me lo comeré! ¡Esta vez no podrá salvarse!”

Y encontrando su rastro, comenzó a seguirlo tan rápido como un pájaro.

Cuando el Pequeño Zorro Azul estaba por unos altos acantilados, miró hacia atrás y vio al Coyote bajando por una colina. Se paró sobre sus patas traseras y puso sus patas delanteras sobre el acantilado, y comenzó a gruñir, como si estuviera excitado. Un momento después, llegó el Coyote, muy enojado, y le dijo:

“¡Ahora no te escaparás! ¡Te comeré ahora mismo!”

“Oh, no, amigo Tu-wháy-deh”, le contestó, “es que vi que este acantilado se iba a caer y vine a sostenerlo. Si lo suelto, se caerá y nos matará a los dos. Ven y ayúdame a sujetarlo”.

El Coyote se paró y empujó el acantilado con sus patas delanteras con todas sus fuerzas. Y así quedaron, uno al lado del otro. Luego de un rato, el Pequeño Zorro Azul le dijo:

“Amigo Tu-wháy-deh, hace mucho ya que sostengo este acantilado, y estoy muy cansado. Tú has estado menos tiempo. Sostén tú solo mientras voy a buscar un poco de agua para los dos; pronto tendrás sed. Hay un lago del otro lado de esta montaña. Iré a tomar un poco de agua, y volveré para que vayas tú mientras yo sostengo el acantilado”.

El Coyote estuvo de acuerdo, y el Pequeño Zorro Azul corrió del otro lado de la montaña hasta el lago, al momento en que salía la luna.

Pero pronto el Coyote estuvo cansado y sediento, ya que sostenía el acantilado con todas sus fuerzas. Finalmente exclamó:

“¡Ay, qué difícil que es sostener esto! Tengo tanta sed, que iré al lago, aunque muera”.

Comenzó a soltar el acantilado muy despacio, hasta que solo lo sostenía con las uñas. Dio un gran salto hacia atrás. Y corrió tan rápido como pudo a una colina. Pero cuando miró hacia atrás y vio que el acantilado no se había caído, se enojó muchísimo y juró comerse a Tu-wháy-shur-wi-deh en cuanto lo atrapara.

Siguiendo su rastro, llegó al lago, donde el Pequeño Zorro Azul yacía en la orilla, aullando como si estuviera excitado:

“¡Ahora mismo te comeré!”, gritó el Coyote.

Y el otro le contestó:

“¡No, amigo, Tu-wháy-deh, no me comas! Estaba esperando a que llegue alguien que pudiera nadar tan bien como vos. Acabo de comprarle un queso a un pastor para compartir contigo, pero cuando fui a tomar agua, se me cayó al lago. Ven aquí que te mostraré”.

Y llevó al Coyote al borde de una parte elevada de la orilla y le mostró la luna reflejada en el agua.

“¡Mm!”, exclamó el Coyote, famélico. “Pero, ¿cómo llegaré hasta él? Está en el fondo del lago. No podré hundirme para llegar hasta él”.

“Es cierto, amigo”, le contestó el Pequeño Zorro Azul. “Pero hay una manera. Podemos atar algunas piedras a tu cuello para hacerte pesado y que llegues hasta el fondo”.

Buscaron alrededor hasta que encontraron una tira de cuero y varias piedras, y el Pequeño Zorro Azul las ató al cuello del Coyote mientras levantaba su mentón.

“Amigo Tu-wháy-deh, ven a la orilla y prepárate. Te tomaré por atrás y contaré ‘wim, wi-si, p’áh-chu’, y cuando diga tres, debes saltar y yo te empujaré, porque estás muy pesado”.

Tomó al Coyote por la nuca y abalanzándolo, contó. Y al decir “¡p’áh-chu!”, lo empujó fuerte y el Coyote saltó al agua y nunca volvió a salir.

El llanto del pino

Entre los héroes Querès hay uno que es muy conocido, llamado Is-tí-ah Muts, Niño Flecha. Era un cazador fabuloso y autor de muchos hechos maravillosos, pero hubo un tiempo en que no poseía su coraje y su fuerza, y si no hubiera sido por la ayuda de una pequeña ardilla, él hubiera perecido.

Al llegar a la adultez, Is-tí-ah Muts se casó con la hija del Kot-chin, el jefe. Ella era una muchacha muy hermosa, y su esposo cazador la adoraba. Pero secretamente ella era una bruja, y cada noche, cuando Is-tí-ah Muts dormía, ella se escapaba hacia las montañas donde las brujas celebraban sus misteriosas reuniones. Como es sabido, estas brujas tenían espantosos apetitos, y no había nada en el mundo que les gustara más que bebés cocidos.

Is-tí-ah Muts, quien era un buen hombre, no sospechaba que su esposa estaba involucrada en tales prácticas maléficas, y ella era muy cuidadosa de mantenerlo en la ignorancia con respecto a su situación.

Un día, mientras la esposa bruja planeaba ir a una de sus reuniones, se robó un bebé robusto y lo puso a cocinar en una tinaja de barro, en la oscuridad de la habitación de su casa. Pero antes que anocheciera, se dio cuenta que debía ir en busca de agua. Había una curiosa reserva de agua en Acoma a menos de un kilómetro de su casa, y debía ausentarse un buen rato. Y, mientras salía con una tinaja pintada con colores claros sobre su cabeza, le ordenó a su esposo que por nada del mundo entrase a la otra habitación.

Cuando salió, Is-tí-ah Muts comenzó a pensar en lo que su esposa le había dicho, y temió que algo malo estaba sucediendo. Entró a la habitación y miró alrededor, y cuando halló en bebé cocinándose, su corazón se llenó de dolor, como le sucedería a cualquier buen esposo que hallara que su esposa era una bruja. Pero cuando ella volvió con el agua, él no dijo ni una palabra; solo se dedicó a observarla con agudeza para ver qué era lo que tramaba.

Temprano esa noche, Is-tí-ah Muts fingió que se iba a dormir, pero en realidad permaneció bien despierto. Su esposa estaba tranquila, pero él podía sentir que lo estaba observando. De repente, un gato entró a la habitación y le susurró a la esposa bruja:

“¿Por qué es que no vienes a la reunión? Te estamos esperando”.

“Esperen un poco, hasta que mi esposo esté dormido por completo”.

El gato salió, y Is-tí-ah Muts permaneció inmóvil. Luego de un rato, un búho apareció y le pidió a la mujer que se apresurara. Finalmente, creyendo que su esposo dormía, la esposa bruja se levantó silenciosamente y salió. En cuanto hubo salido, Is-tí-ah Muts se levantó y comenzó a seguirla a cierta distancia. Era noche de luna llena.

La esposa bruja anduvo un largo camino hasta llegar al pie de la Meseta Negra, donde había un gran agujero oscuro con un arcoiris saliendo de él. Cuando pasó por debajo del arcoiris, se transformó en un gato y desapareció en la cueva. Is-tí-ah Muts avanzó muy despacio y miró hacia adentro. Vio una gran habitación iluminada por un fuego llena de brujas con formas de cuervos, buitres, lobos y otros animales de mal agüero. Estaban celebrando su reunión, disfrutando de su fiesta comiendo, cantando, bailando y planeando cómo hacer mal a los hombres.

Durante mucho tiempo Is-tí-ah Muts los estuvo mirando, hasta que alguien vio su cabeza espiando por el agujero.

“¡Tráiganlo!”, gritó la jefa bruja, y a la orden, muchas de ellas corrieron hasta él, lo rodearon y lo arrastraron dentro de la cueva.

“¡Un espía!”, dijo la jefa bruja, encolerizada. “Te hemos atrapado, ahora debemos matarte. Pero puedes salvar tu vida uniéndote a nosotros. Ve a tu casa y tráenos el corazón de tu madre y tu hermana, y te revelaremos nuestros secretos para que te conviertas en un hechicero poderoso”.

Is-tí-ah Muts volvió corriendo a Acoma y mató a dos ovejas. Sabía, como todo indio sabe, que es imposible escapar de las garras de las brujas. Tomando los corazones de las ovejas, volvió con la jefa bruja y se los entregó. Pero cuando la jefa bruja pinchó los corazones con un palo afilado, se empezaron a hinchar como sapos. Era señal de que las había engañado. A pesar de su gran ira, la jefa bruja fingió que no sabía y le ordenó a Is-tí-ah Muts irse a su casa, con lo que el asustado cazador se puso muy contento.

Pero a la mañana siguiente, cuando Is-tí-ah Muts se despertó, no se encontraba en su casa, sino que yacía sobre una pequeña repisa en lo alto de un vertiginoso acantilado. Si saltaba, de seguro que moriría, ya que estaba a más de mil metros sobre el suelo. Tampoco podía trepar, ya que la roca lisa se elevaba a más de mil metros sobre su cabeza. Entonces supo que había sido embrujado por la jefa de los que andan por el camino de la maldad, y que su destino era morir. A penas podía moverse sin caer de esa estrecha repisa. Muy quieto permaneció entre pensamientos amargos hasta que el sol estuvo arriba de su cabeza.

De pronto, una Ardilla pasó corriendo por la cornisa, y al verlo, corrió a contarle a su mamá:

“¡Nana, nana! ¡Hay un hombre muerto yaciendo en nuestra cornisa!”

“No, no está muerto”, dijo la Madre Ardilla luego de verlo. “Pero creo que tiene mucha hambre. Toma esta cáscara de bellota y llévale un poco de masa de maíz y agua”.

La joven Ardilla le llevó la cáscara de la bellota llena de masa de maíz húmeda, pero Is-tí-ah Muts la rechazó al pensar:

“¡Bah! ¿Qué puede hacerme eso cuando me muero de hambre?”

Pero la Mamá Ardilla, sabiendo sus pensamientos, le contestó:

“No es así, Sau-ki-ne, amigo. Parece poquito, pero hay más que suficiente. Come y recobra tus fuerzas”.

Aún dudando, tomó la bellota con maíz azul y comió hasta que se satisfizo, y aun así, la bellota no estaba vacía. Luego, la joven Ardilla tomó la cáscara de bellota y le llevo agua, y aunque tuviera mucha sed, no pudo acabarla.

“Amigo”, le dijo la madre luego de que el alimento recompusiera sus fuerzas, “no puedes bajarte de allí, donde las brujas te han colocado. Pero aguarda que te ayudaré”.

Fue hasta su despensa y tomó la piña de un pino y la soltó al acantilado. Is-tí-ah Muts permanecía en la estrecha repisa pacientemente, durmiendo por momentos, y por momentos pensando en su extraña situación. A la mañana siguiente, pudo ver un pequeño pino creciendo al pie de la colina, allí, donde él estaba seguro de que no había ningún árbol. Antes de que cayera la noche, ya era un pino grande, y a la mañana siguiente, era el doble de grande. La joven Ardilla le traía masa y agua en la cáscara de bellota dos veces al día, y él comenzaba a pensar que podría salir con vida.

La noche del cuarto día, el pino ya se levantaba más alto que su cabeza, y estaba tan cerca del acantilado que casi lo podía tocar.

“Amigo hombre”, le dijo la Mamá Ardilla, “¡sígueme!”, y saltó suavemente al árbol.

Is-tí-ah Muts tomó una rama y saltó al árbol, y dejándose caer de rama en rama, pudo llegar al suelo a salvo.

La Mamá Ardilla también bajó hasta el suelo y él le agradeció por haberlo ayudado.

“Ahora debo volver a mi casa”, le dijo. “Toma estas semillas de pino y estos piñones que he traído para ti y cuídalas bien. Cuando llegues a tu casa, dale a tu esposa las semillas de pino, pero tú debes comer lo piñones. Ahora me marcho. ¡Adiós!”, y se fue subiendo al árbol.

Cuando Is-tí-ah Muts regresó a su casa en Acoma, subió por la escalera de piedra y se paro ante el pueblo de adobe, se sorprendió grandemente. Los cuatro días en los que había estado ausente habían sido en realidad cuatro años. Las personas lo miraban extrañados. Todos lo habían dado por muerto, y su esposa bruja se había casado con otro hombre, y vivían en la que había sido su casa. Cuando Is-tí-ah Muts entró, su esposa se alegró mucho al verlo, y él fingió no saber qué es lo que había pasado. No dijo nada al respecto, sino que hablaba plácidamente mientras comía los piñones que la Ardilla le había dado, y a ella le dio las semillas. El nuevo esposo hizo una cama para Is-tí-ah Muts, y al día siguiente, los dos hombres salieron a cazar juntos.

Esa tarde, la madre de todas las brujas fue a visitar a su hija, pero cuando se acercó a la casa, se detuvo aterrorizada. A través del techo crecía un gran pino, cuyas ramas copiosas salían por la puerta y las ventanas. Ese fue el fin de la esposa bruja, ya que las semillas habían brotado en su estómago, y ella fue convertida en un gran pino triste que se mecía por encima de su casa, y se lamentó y lloró eternamente, como sus pinos hijos hacen aún hoy.

P'a-í-shia / Una historia antigua

Nah-t'hú-ai kah-men-chú Tú-ai-f(n)ú-ni-hlú-hli

En una casa, | cuentan, | Anciano Bastón Negro

an I-eh-bú-reh-kún-hli-o I-eh-ch'ú-ri-ch'ah

y | Mujer Mazorca de Maíz con Cáscara, | Muchacha Maíz Amarillo, y

Na-chur-ú-chu i-u-u-f'hir i-i-tú-ai. Tu-ai-

Amanecer Azul, | su pequeño hijo, vivían. Anciano-

f(n)ú-ni-hlú-hli hlé-eh-chí-deh t'ah-rá-da-kí-eh

Bastón-Negro | traía | la lluvia.

I-eh-bú-reh-kún-hli-o é-eh-wé pú-nyu-páh.

Anciana Mujer Maíz | era | ciega.

Hú-bak Na-chur-ú-chu tum-da-kín huib quí-eh-

Y | Amanecer Azul | el amanecer |

huí-mi-k'yé. Hú-bak I-eh-ch'ú-ri-ch'ah ú-tir-

solía traer. | Muchacha Maíz Amarillo | solía

k'yé. Hú-bak I-eh-bú-reh-kún-hli-o be-ná

moler maíz. | Y | Anciana Mazorca de Maíz | solía

ú-u-nah-pi-en-nú-k'ye. Nah-quai-yaí ah-shi-

su hijo cuidar. | En el cinturón | lo solía

yé-k'ye. Jü-on-aí ah-mí-bak hu-e Eh-beh-

atar. | Lejos | cuando se iba lejos, | pensaba | ella

ah' bak nah-quái huü-shi-k'yé. Hú-bak shi-

pensaba, | del cinturón | tiraba. | Luego (el)

hui-deh-báh ah-ú-u pú(n)-peh-cheh-a-bán.

Águila | al niño | miró.

Hú-bak t'á huím-t'hu t'a shi-huí-deh i-bán.

Luego | | un día | | el águila | llegó.

Hú-bak ú-u hlí-em-beh-bá. Hú-bak náh-quai-

Y | al niño | robó. | Entonces | del cinturón

huí-shi-ban. Hú-bak t'á éh-u-u shé-pah. Hú-bak

ella tiró. | Pero | no estaba el niño | atado. | Luego a

I-eh-ch'ú-ri-ch'ah tu(n)-am-bán ma-pé quú-huü-ri

Muchacha-Maíz-Amarillo | le llamó: | “Apresúrate, | sal;

jé-chu-ow-áh-chu ín-u-u-mí. Hú-bak shim-ba

No sé dónde | mi hijito está”. | Luego | todos

ki-eh-báht u-shi-a-bán. Hú-bak p'ai-bá-na eh

por todas partes | preguntaron. | Y | nadie | lo había

shim-bé-bah. Hú-bak ki(n)-tú-aht i-na-cá-cha

visto. | Y | al pueblo | la noticia

hui-eh-bán. Hú-bak yú-a-huin-na hué em-mu-

se dio. | Pero | por ningún lugar | lo habían | visto.

chéh-ba. Hú-bak hú-nak. T'á i-pí-eh-hue bi-u-

| Entonces | así siguió. | | Y lamentándose | ellos

ban. T'á Tú-ai-f(n)ú-ni-hlú-hli weh-eh weh-hlé

estaban. | Y | Anciano Bastón Negro | no | hacía

chi-t'a-rá-wa ta-kípa. Hú-bak t'á wéh-eh hlu-a-báh.

llover | (con su medicina). | Entonces | no | llovía.

T'á hú-bak shim-ba eé-eh-ee eh-teh-bán.

Entonces | todo | el maíz | se secó.

Hú-bak t'á shim-ba t'ai-nín ee-hú-pi-o-bán.

Entonces | todo | el pueblo | hambre pasó.

Hú-bak t'á hú-wée-nu wée-wai Na-chur-ú-chu

Luego, | finalmente | otra vez | Amanecer Azul

wée-wai t'hum-dak-kín whib kui-eh-wee mee-wéh.

otra vez | por la mañana | amaneció.

Hú-bak yú-o-wáh mir-p'yén-ahp weh-náh-té-a-kem

Entonces | en alguna parte | de la meseta al mediodía, | inaccesible

nah-pán-ahp shú(n)-mik t'-rá-weh u-ú-deh

se encontraba, | alguien al pasar, | al niño | oyó

ah-náh-ch'áh:

cantando:

"Chéh-e-máh-weh, máh-weh

Chéh-e-máh-weh, máh-weh

tú-ti kéh-weh

tú kéh-weh

Sai-yah-dí-keh"

Hú-bak hún ta-rá-bak bé-eh-win-ee-bán

Entonces | cuando | lo oyó, | se detuvo

bé-eh-ta-wín-ee him-ai. Hú-bak weé-wai hú-

a | escucharlo. | Luego otra vez | lo

daht t'a-rá-ban. Hú-bak ta tú(n)-weh pai-í-nah

mismo | oyó. | Entonces | | dijo: | “Es él:

wi'm-ah wé-eh-wéh nyú-deh in-chún-un-o-wé-i wem.

¿no es | este | mi sobrino? Es él”.

Hú-bak ta-mí-eh-weh wée-wai mah-kwi-wéh.

Entonces | él | otra vez | volvió.

Hú-bak tü-ai wám-bak. T(n)-wéh men shi hui-deh-

Entonces | al pueblo | llegó. |Y dijo: | “Fue | el | águila

báh in-chún-o-wé-i wé-eh-cheh-báhn. Hú-a-yú hún

| quien a mi sobrino | se llevó. | Es | por eso

té-aht'-ah-ra-báhn yu-áh wen-náht-t'hén-aht p'a-

Que lo oí | donde | él no, | y | nadie

yín-a wéh-a-wan-hin-áht áh-na-pún. Hú-bak-táh

| puede llegar, | llamándonos”. | Y

u-béh-weh tum-dák wée-wai ah-mée-hee káh-bah

le dijeron: | “Mañana | otra vez | irás, | a ver

k'énd-ha hú-daht ah-t'áh-ra-hée. Hú-bak tü-bek

si | lo mismo | puedes oír”. | Entonces | al día siguiente

wée-wai mee-báhn. Nwe-bai-ee hú-daht wée-wai

otra vez | él fue. | Verdad era, | lo mismo | otra vez

t'á-ra-báhn. Hú-bak tú(n)-wéh him-meh-én-chu

oyó. | Entonces | dijo: | “Es verdad;

yeh-deh eé-ku-wem. Hú-bak ta ki(n)tú-aht

que | es él”. | Entonces | | el pueblo

u-wan ee-chái-beh-eh-báhn ee-mee-héem-ai

a los muchachos | a ir | ordenó

ee-hlé-eh-wee-hím-ai bi-chu ee--méh-nah-t'héh- wah.

A bajarlo, | pero | no pudieron.

Hú-bak hí-yo-kú-ak-kwó-a-bén ee-chee-em- mee-ay.

Entonces | Carpinteros voladores | volando vieron.

Hú-bak ee-bée-u-mée-way. Hí-yo-kú-ak-kwó-a-

Entonces | a ellos | le dijeron: | “Pájaros-Carpinteros

bén hée-ri-yú mah-whéh-mi bé-a-wa wai-kyé

|qué | quieren | por llevarnos | allí arriba

u-ú-deh kú-ai-eé-ee ben-hlú--a-- wée-hée-mai?

hasta el muchacho | que allí está | para poder | bajarlo?”

Hú-bak yen-náh pee-eh-wée-am-bah. Chee chee chee chee!

Pero | a ellos no | les importó. |Lloraron. Lloraron

Hú-ni tu-mik kée-yeh-pu(n)ú-a-pu eé-hleu-

Entonces | gritaron | arriba y abajo | subiendo

mik ee-wér-ím-mik ée-t'ah-meé-ay. Hú-bak

y bajando, estaban. Luego

wée-wai ee-beé-u- meé-way. T'a hu-wée nu

otra vez, | otra vez les hablaron. | Finalmente | un

weém-ah tó(n)-wéh Ah, hée-a-men náh-pú(n).

pájaro | les dijo: | “Sí, | hay alguien | hablando”.

Ta-hú-bak ee-béh-t'a-win-nee-báhn. Hú-bak

Luego | lo | escucharon. | Y

ee-u-béh-weh heér-ri-a ma-whéh-am-ee béh-a-

les dijeron: | “¿Qué | quieren | ustedes

wah bén-u-u hlú-a-wi him-ai. Hú-bak eé-to'(n)-

por bajar | a nuestro niño | de allí?” | Y | ellos

weh t'a-úm. Hú-bak tai-ee-weé-rí-báhn bi-chu

dijeron: | “Piñones”. | Entonces | subieron | ellos, | pero

eé-mén-naht-héh-wah. Hú-bak ee-hlée-u-báhn,

no pudieron. | Luego | bajaron ellos,

eé-i-tú-meé-ay eé-meh-náh-teh-báhn. Hú-bak

y dijeron | que no pudieron. | Y

ta ee-béh-eh whém-beh-báhn. Ta hú-bak ah-

| ellos | les dieron piñones. | Y | se

wán-dah ee-tún-weh ah-chée-ee p'a-ü-ah-

lo pájaros dijeron: | “ A Abuela-Anciana-Mujer-Araña

hlée-u ee-mée-heen. Hú-bak ee-mee-báhn.

| acudiremos”. | Entonces | ellos fueron.

Hú-bak yú-o-áh ah-chée-ee p'a-ü-ah-hlée-u

Y | donde | Abuela-| Anciana-Mujer-Araña

tü-pán-aht ee-wam-bán. Hú-bak ta eé-oo-

vivía | llegaron. | Y | | les dijo:

mee-báhn hée-yah eé-nah-béhu-min-áp. Hú-bak

| “¿Qué | quieren | ustedes?” | Y

eé-u-béh-weh. Hú-in-kwee-nám. Ah-bu u-ú-deh

ellos le contaron. | “¿En serio? | Pobrecito | niño

áh-nah-púm-nin. Háh-ru máh-ku bé-y-kée téh

está llamándonos. | Esperen, | nietos, | espérenme, | primero

kar-chéh. Ta-hú-bak ú-nah-kar-seh-wéh kü

comamos”. | Y | ella su comida preparó en | cáscaras

téh-u- ahu sa-chú-un kwée-a-ree-án. Hú-bak

de bellota: | | masa | y atole. | Entonces

Hí-yo-kú-ak-kwó-a-bén hee-tú-weh Bah! áh-bu

Los pájaros | dijeron | “¡Bah! | ¡Pobre de nosotros!

pá(n)-yu h(n)-a-wáh- hee nú-din ow. Hú-nin máh

¿A quién | podrán llenar | estas cáscaras?” | “Así, | mis

ku, ay-éh pee-eh wéh-ki manhu-kár. Hú-bak to

nietos, | no | deben pensar. | Coman, | ustedes”. | Y

ee-tú(n) weh há-wu ah-chée-ee Him-eh-én

ellos | dijeron: | “Gracias, | Abuela. | Si es

chu heh-reé pán-yu hua-wáh-him-aí kim.

así, | ¿pero | quién | se llenará con esto?” | “Ustedes.

Hú-bak ee-mée-weh nah-hú-wah. Tú-kway-ee

Ahora | vayan, | que ya están llenos”. | “Déjanos

ka-báhn ee-mée-eh-chéh. Ta hú-bak eé-t'ú-a

ir a ver | ir contigo”. | Entonces | una gran

bú-ru kúr-ban. Hú-bak ta ee-mée-báhn yu-o

canasta | ella llevó. |Y | ellos fueron | a algún lugar

áh meér-ahb ú-wun in-nah- keé eé-pan-aht.

en la meseta. | Los muchachos | aguardaban | allí.

Hú-bak u-ah-béh-wéh in-chée-ee-wáy-ee tahb

Y le dijeron: “Abuela nuestra, tú

kéh-beh-yá-weh-weh wai-keé-ay u-ú-deh kú-a-

te atreverás | allí arriba | y al muchacho

yeé-ee ben-hléhw-hée-ee. A-áh bi-chu u-kém

bajar?” | “Sí, | pero | pero cuídense

kée-ep mah-wéh-eh-mu-hee. Ta wée-eh-ree-

al subir | de no mirar”. | Luego | ella

báhn. Ta, hee-táh Ee-tü-ah-bú- ru chu-

subió. | Y, | “¡Aquí está!”, gritó. | La canasta | ella

mee-báhn. Hú-bak wai-mow-mú-ee wai-keé-ee

bajó. | Luego | miraron allí | bien arriba

ah-che'e-ee, p'áh-nah-hlée-u mah-mú-ee.

A Abuela-Anciana-Mujer-Araña| miraron ellos.

Hú-bak ee-et'-ú-a-bú-ru pú-ee-yéh-de-báhn.

Entonces | la canasta | se soltó.

In-dah hún-ma'a-t'á-chi. Éhr-eh. In-dah-a in-

“No | hagan eso”. | Ella sufría. | “No, |

chee-ee-way-ee t'a yan kee-way-a- mu-hee.

Abuela, | ahora | no miraremos hacia arriba”.

Wee-wai t'ú-a-bú-ru chu-mée-bahn t'áú-a-hlú

Otra vez | la canasta | colgó. | Al niño | ella

ee-báhn. Hú-bak bi-chu shée-u-ú-deh tin wéh-ai.

Bajó. | Pero | entonces | una joven águila | él era.

Ta hú-bak ee-wháy-bahn tú-ai t'a-eé wám-

| Y | lo llevaron al pueblo | y | llegaron.

bahn. Ta in-náh-keen-wee-báhn hée-bah-kú

| Luego | intentaron | una manera de

eé-t'ai-peh- him ai wée-wai. Hú-bak sú-ah-

que persona | vuelva a ser. | Luego | los hombres

nin ee-ú-nah pee-in-ai. Hú-bak ta wee-énd-t'hu

los padres de la sabiduría | | durante cuatro días

ee-béhu-wa-yu-bún. Hú-bak wee-énd-t'hu-wáy-i

ayunaron. | Y | cuatro días después

nu-wid-deh-aí ee-t'ah-ra-tá-ban. Hun húyú-ai

por la noche | los sabios trabajaron. | Entonces

shée-u-ú-deh hláh-keh-báhn. Hú-bak ee-cháh-

al niño-águila | sentaron. | Y | ellos

ta-báhn. Chú-pi nah-káh-wai A-mák-k'hür

cantaron. | Primero | palabras | al aro Ma-kur

dü-reh-báhn. Hú-bak kö-a-u ai-chin t'ai peh-

enrollaron. | Primero | del cuello hacia abajo | en una persona

cheh-báhn. Wée-choo-wáy-ee máh-dür ai-kén ta.

Se convirtió. | Segundo | de la cintura para abajo

Pá-chu áh-way-eé kú-pee-a-khin. Wée-en-ai

Tercera | vez | hasta las rodillas. | Cuarto

ee-eh-kó-ah-kweér-ai-chin. Pán-du-ai-kü-tim-báh.

Hasta | los tobillos. | Quinto | todo completo.

Hun hu-yú-ai. Ta ee p'áh klu-eh-mee-

Entonces | terminaron. | Y | en agua | caliente

báhn. Hú-bak p'ah-sú-a-beh-báhn to ehw-

lo bañaron. | Luego | agua de beber le dieron. | Él |

báhn shim-ba peé-run, tú-whé-un, pee-u-nín,

vomitó | todas las | serpientes, | coyotes, | conejos,

shee-chún bai-ay-tee shée-eh-wim-bah hee-ree-áh

ratones, | y alimañas, | todo | lo

hée-ree-áh náh-mee-kéh-wa-eh shée-wid-deh-báh.

que | había comido | siendo águila.

Hun hu-yu- ai ta im-mah pee-wee-eh-cheh

Después de eso | fue | devuelto (a sus

báhn. Hú-bak tá eé-wheh-báhn ún-tü-nai.

padres). | Y | lo llevaron | a su casa.

Hú-bak wée-wai Tú-ai-f(n)ú-ni-hlú-hli hlay-chid

Y | nuevamente | Anciano-Bastón-Negro | hizo

t'á-ra-ta-báhn. Ta wée-wai hlu-rid-deh wéh-eh-

llover. | Otra vez | la lluvia |

teh-báhn. Ta náh-péh-ahw ú-ee-eh-shám-bahn.

tuvieron. | En los campos | el maíz brotó.

Ta ú-káhp-páhn. Hú-bak u-kö-wéh-wun.

Floreció. Y maduró.

Hún hú-yu- ai ta t'ai kah-bay-deh áh-nah-

Y | en | ese | momento | al Cacique | del pueblo

kah-cháh wée-eh-cheh-báhn eé-u eé-eh-tu- a

dijeron | le pidieron, | el maíz | ellos iban a

hím. Hú-bak ta nah-tú(n)-kwin pú-an ee-u-

recoger. | Y | llamando | mandaron | el maíz

eé-eh-tu-a. Ta t'ai-nin eé-eh-tú-mee-báhn.

recoger. | Y | el pueblo | el maíz | fue | a recoger.

Hú-bak eé-u kör-bahn hee-táh t'ai-kah-báy-deh-

Luego | maíz | llevaron | a la casa del Cacique

ai. Hú-bak u-púm-- pee-ay-báhn. Hai-ku

| Y luego de llenarla | aún había más. | Fueron

nyú-din whay-eh-b'ai-kweer tü-u tu-wáh-weh-

ellos | hacia el este, | hacia el norte; | en las

eé-ahk mahw-whéh-wi. Hú-bak nyú-din wheh-

calles | el maíz llevaron. | Luego | del norte

u-weéw-kweer tú-now tu-wáh-weh-eé-uk mahu-

al oeste | oeste | en las calles | lo dejaron.

whéhw-wi. Hú-bak nyú-din whéh-en-ai-kweer

| Luego | del oeste

tu-k'hu- tu-wáh-weh-eé-uk mahw-whéh-wi. Bá(n)

al sur | en la calle | lo dejaron. | Y

yú-deh whéh-a-kwée-kweer, tú-wáh-weh-eé-uk

| del sur al este | en la calle

mahu-whéh-wi.

Lo dejaron.

Hú-bak hún ee-béh-a-wak kee-tú-ai tah-báhn.

Entonces | muy felices | en el pueblo vivieron

Tá-kee-whée-kay-ee.

Ahora te toca contar una historia a ti.